martes, 27 de mayo de 2014

Asalto doble en Coral Gables
No es lo común andar a pie por Miami pero yo insisto. He descubierto un transporte público confiable y a veces gratis.
Acostumbro salir de mi casa para caminar dos cuadras hasta el trolly de Ponce de León.
Desde los primeros días sentí el zumbido de un pájaro negro con un pico largo y afilado que me hacía pasajes rasantes, salía desde la mata de mango de enfrente y yo pensé que era una animada expresión de bienvenida. Juro que lo sentí así.

Comencé a preocuparme porque cada vez el bólido negro me pasaba más cerca de la oreja y a velocidades turbo. Me dije que no importaba, que seguro tenía un radar natural y nunca chocaría conmigo, los animales son así de confiables. A medida que recibía las bienvenidas del pájaro que ya estaba casi segura que era un cuervo, la tranquilidad con la que siempre salía se fue convirtiendo en un molesto asomo de temor cuando pasaba frente al mango, ¡he jurado no tener miedo en Miami!
No sé por qué me acordaba de Tippi la de Hitchcock y "Los Pájaros".
Me tranquilizó que solo era uno y que no había una nube de pájaros deseosos de darme la bienvenida.
Estoy segura de que un día me rozó la oreja, no sé con qué, pensé que me había pasado demasiado cerca, demasiado rápido, demasiado atrevido.No quería ni imaginar lo que sería la próxima vez. No la hubo.
Regresando a casa me encontré el cadáver del pájaro negro en el borde entre la grama y el asfalto de la casa de al lado, había chocado contra algo quedado allí mismo, frío. Sentí una mezcla de tranquilidad y lástima, había sido mi primer amigo en Coral Gables.
Al salir, durante varias semanas, contemplaba la mata de mango en busca de nuevos habitantes, ninguno nadie, parecía que el difunto era un pasajero solitario.
El sábado me fui caminando a la licorería que me queda a cuadra y media. Es, sin temor a equivocarme, la mejor de Miami. Tienen de todo y si uno pregunta sobre algún licor se puede quedar conversando toda la mañana, saben muchísimo, me encanta. Ese día me quedé un rato hablando de la cerveza Estrella, decidí que sería mi bebida ese fin de semana en recuerdo a mi feliz temporada en Barcelona.
Terminé la conversación y salí con mi empaque, lista para beberme una cervecita. Apenas crucé la calle sentí un bólido que me pasó rozando la oreja, tal cual como me había sucedido con mi vecino del mango. Me paré en seco y esperé que el turbo volviera a su guarida: un árbol frente a la licorería que no sé cómo se llama.
No quiero que mis viajes a comprar cerveza se conviertan en un anticipado terror al kamikaze, tampoco quiero desearle a este nuevo bólido una estrellada madre. Solo pido que los pájaros de Miami no me den miedo y se comporten, que no se metan conmigo y en todo caso que no vivan cerca de mi licorería favorita.