martes, 6 de diciembre de 2011

EL LADO FRANCÓFILO QUE ME TRANSMITIÓ MI MADRE

Mientras camino por las calles de Marsella, recuerdo a mi madre cantando la Marsellesa:
"Allons enfants de la Patrie,
Le jour de gloire est arrivé!
   Contre nous de la tyrannie... " 



Estoy segura de que ella la cantaba por solidaridad con la resistencia francesa durante la ocupación alemana y contra los colaboracionistas de Vichy, aunque sabía perfectamente de donde venía. Mi madre era así, culta y de gran solidez en sus convicciones. Fiel alumna de Don Miguel de Unamuno pero con cierta debilidad por Francia.
Con su tararear en la cabeza recorro las calles del puerto más antiguo y más importante del mar Mediterráneo. Cada cierto tiempo me detengo a mirar las vitrinas de los anticuarios de la rue de Paradis, compruebo con asombro que la mayoría de los adornos con los que conviví durante mi infancia salieron de esta calle y atravesaron el Atlántico en la maleta de mi bisabuelo corso.
Más tarde, recorro el Viejo Puerto y comprendo la dimensión de la palabra mestizaje, creo que solo en Marsella se siente esa diversidad de la que tanto hablamos y decimos que añoramos. Esta imponente ciudad es la más cosmopolita que he visitado porque escapa de la aparente uniformidad de Nueva York.
Frente a ese inmenso puerto, no muy lejos en el mar, está la isla de If en cuyo bello castillo estuvo preso el Conde de Montecristo, así nos lo contó Dumas. Viendo su silueta a la distancia vuelvo a recordar a mi madre que nos fue pasando todas las novelas que debíamos leer, las que nos hicieron lectores constantes. Capítulo aparte fueron para mi las de Emilio Salgari, todavía sueño con Emilio di Roccabruna, señor de Ventimiglia, el gran Corsario Negro.

Sólo subiendo hasta la Basílica de Nuestra Señora de La Guardia, a 154 metros de altura, se puede apreciar el verdadero tamaño del puerto de Marsella y cómo se adhiere fuertemente a la larga costa del Mediterráneo. Desde lo alto, acodada en los miradores, no me canso de escudriñar el pedazo de enjambre que puede crear el hombre.
A la izquierda la vista se suaviza con las curiosas y famosas calas (calanques), con sus rutas estrechas por donde se camina haciendo equilibrio al borde de abismos escalofriantes que terminan en agua cristalina y mediterránea. Justamente, algunos de esos canales entre rocas fueron refugio de submarinos durante la Segunda Guerra.

Ya de vuelta a la ciudad retomo el recorrido de las calles que puede ser interminable. Son interesantes y divertidas, son un monumento al encuentro de diversas culturas. De repente siento ese leve olor a limpio de las gavetas donde mi madre guardaba su lencería, voy olfateando hasta dar con el origen. Ahhh, el Savon de Marseille. Prefiero el de lavanda



domingo, 13 de noviembre de 2011

Eckhart Tolle y "El poder del ahora"
Hace poco recibí un regalo de una prima muy querida: me enviaba una meditación de Eckhart Tolle, me escribió que alguien se la había enviado y que le había gustado tanto que me la pasaba a mi. Se lo agradecí mucho, confío totalmente en su criterio, sabía que no me iba a defraudar.
Yo conocía algo, poco, de Tolle, había visto parte de un video donde explicaba que si uno se ocupa solo del instante que sucede, de ese mismo momento, ahuyenta todos los inconvenientes que producen los pensamientos hacia atrás y hacia adelante, y que solo con practicar esto uno pasa a un nuevo estado de conciencia que da mucha tranquilidad.
Tengo mis serias reservas sobre esto de evitar los pensamientos porque prefiero vivir angustiada pero pensando, a menos que los elimine ex profeso durante una meditación. Pero Tolle insiste en que vivimos atrapados por los pensamientos y que en realidad son pocos pero molestan como si fueran muchos.
No es la primera vez que leo sobre liberarse de todas esas ideas que tenemos atiborradas en el cerebro, que no son más que conductas transmitidas por nuestros ancestros para enseñarnos a sobrevivir a su manera.
Antes de leer la meditación sobre la naturaleza quería tener la oportunidad de preguntarle a Eckhart si no podíamos combinar, hacer algo alternativo, tener pensamientos a ratos y ahuyentarlos en otros momentos. Sin embargo, ya sé que recomienda que nos fijemos en la cantidad de momentos pequeñitos durante los que no pensamos, que existen muchos de ellos a través del día y que los debemos aprovechar y alargar. No sé si Tolle lo que sugiere es una meditación continua porque dice que estos momentos alargados son más efectivos para nuestra vida que media hora de meditación al día.
Luego me dispuse a leer lo que me llegó porque deseo entender mejor lo que propone Tolle, más que todo porque algo me debo estar perdiendo ya que él se ha convertido en el maestro espiritual más difundido del momento.
Esta vez, Tolle insiste en el punto de vivir el momento pero agrega que debemos aprender a través de la naturaleza. Y nos pone como ejemplos a los árboles, los animales, las aguas, todo eso que nos rodea. Pide que los tomemos como ejemplos ya que ellos no andan buscando salirse de lo que son sino que se sienten contentos con lo suyo.
En realidad lo que se plantea con gran simplicidad es algo tan complicado como dominar nuestro ego quedándonos quietos.
El texto está escrito con gran sencillez y es muy bonito, me gustó a la primera y lo leí de nuevo para tener una segunda impresión, me siguió gustando porque de alguna manera sentí que esas palabras eran inspiradoras y que trataban de hacerme bien. Decidí tratar de adaptarlas a mi aire a ver si obtenía algún efecto.

Al terminar de leer me fui al puerto a contemplar el mar, me pareció que sería un buen escenario para identificar y alargar mis momentos sin pensamientos.
Me senté en un banco. Contenta porque el puente estaba bastante solitario y pude aislarme, hasta me recosté para mirar el cielo. Me pareció una combinación perfecta: mar, cielo y mente en blanco. El único estímulo el suave paso esporádico de alguna gaviota.
Hasta que pasó una gaviota, y pasó otra y otra. Comenzaron a pasar gaviotas a velocidad supersónica. Me senté para saber hacia donde iban y observé que en la punta del puente les estaban lanzando comida. Las gaviotas habían perdido toda su compostura, ya no planeaban suaves e indiferentes sobre el mar sereno porque necesitaban comer. Y hacia allá se fueron todas en cambote.


Esa es la otra gran pregunta que necesito hacerle a Eckhart Tolle, como vamos a solucionar lo de la comida si nos quedamos en estado natural.

Yo sé que muchas de las personas que me leen saben del tema bastante, mucho más que yo, y me encantaría recibir respuestas o que me aclaren. ¡¿Cómo sobrevivimos?!
http://www.eckharttolle.com/

domingo, 30 de octubre de 2011

María Teresa León y "Las siluetas del fuego"
(de la serie Las amigas de Zenobia)


Zenobia Camprubí, Rafael Alberti, Buenos Aires,1948
Buscando leer todo lo escrito sobre Zenobia Camprubí, conseguí un ejemplar de "Memoria de la melancolía", autobiografía de María Teresa León donde hace referencia a algunos episodios con y sobre Zenobia. Estas dos mujeres, compañeras de poetas, se habían encontrado en La Habana y Buenos Aires durante el exilio y también en Madrid antes de la Guerra Civil. 

En esos días de investigación yo iba mucho a la Gran Pulpería del Libro Venezolano en Caracas, paraíso donde se puede encontrar, si uno va dispuesto a una intensa y creativa búsqueda, todo lo publicado en los últimos... ¿diría 150 años?
Gran Pulpería del Libro Venezolano
Allí me esperaban "Memoria de la melancolía", escondidas para mi quién sabe desde cuando. 


Me leí la autobiografía que había escrito María Teresa León durante varios años con mucha atención, con mucho cuidado; me gustaba enormemente que no se trataba de un relato lineal sino que saltaba de acontecimientos, personajes y pensamientos sin respetar las fechas, de manera fragmentada. Supongo que cuando fue publicada en 1970 podría parecer difícil de leer pero hoy en día sería un ejemplo de contenido especialmente escrito para la red. 
La relación de María Teresa León y sus memorias con mi libro sobre Zenobia Camprubí es una frase que leí y que inspiró el título:"Las siluetas del fuego". 
Cuando María Teresa se entera de que Zenobia ha muerto en Santurce, Puerto Rico, 1956, se conduele y recuerda en sus memorias las veces que se encontraron antes y después de la guerra, y termina diciendo:"Fué la de Zenobia una decisión dura pero hermosísima: vivir al lado del fuego y ser su sombra". 
A mi esto de "su sombra" me dejó intranquila y pensando, no era la palabra que yo buscaba, ni la que se ajustaba a mi imagen de Zenobia, pero me gustó mucho lo del fuego, reconociendo que ya yo misma estaba chamuscada por las llamas de Juan Ramón. Unos días después di con la palabra "siluetas" que se acercaba mucho más a la sutileza con que me parecía que Zenobia manejaba su vida con el poeta.


Miguel Otero Silva fotografiado por Vasco Szinetar
Maria Teresa y Rafael Alberti viajaron mucho después de caer la República, recorrieron medio mundo, y unas cuantas veces fueron a Caracas invitados por el escritor y periodísta Miguel Otero Silva, "Miguel de América" como lo llamaba Alberti. En "Memoria de la melancolía", narra María Teresa la entrada en barco al puerto de La Guaira donde eran esperados por Miguel Otero. Dice que al instante lo distinguieron en el puerto porque era inconfundible su figura en traje de lino blanco y su sombrero de Panamá, como cualquier caballero del Caribe. Luego describe tres días maravillosos en una Caracas amable y cosmopolita: buena comida, buena bebida y poesía. 
Lamentablemente, Juan Ramón y Zenobia no alcanzaron a viajar a Caracas, aunque lo pensaron durante el viaje a Buenos Aires. Juan Ramón deseaba atender a una invitación del historiador Mariano Picón Salas y agradecer a la revista "El Cojo Ilustrado" que publicó uno de sus primeros poemas.
Rafael Alberti y Juan Ramón Jiménez
Existe un episodio entre Juan Ramón Jiménez y Rafael Alberti que es determinante para la salida de los Jiménez justo antes de que estalle la Guerra Civil. Alberti encuentra a Juan Ramón todo azorado en el barrio de Salamanca en Madrid y al preguntarle qué le pasa, éste le contesta que unos anarquistas lo habían confundido y se lo querían llevar no sabía para donde. A raiz de este incidente, Manuel Azaña le propone a Juan Ramón y Zenobia que se vayan hasta Washington a buscar ayuda para La República. 

lunes, 24 de octubre de 2011

LOS RAYOS CAUTIVOS O LA TRANQUILIDAD SUPREMA
Parece que los rayos que entran en un invernadero no salen, se dedican a dar vida a las plantas cautivas en esa gran jaula de cristal. Por ese lado me gustan los invernaderos, porque acogen a los mensajeros de la supervivencia que penetran a costa de quedar presos para siempre. Trato de no pensar en la angustia de esos rayos de luz que se encuentran atrapados, trato de convencerme de que en sus danzas con las ramas de los arboles quedan enganchados en un romance que dura eternamente.
Pero aparte de estas sensaciones apasionadas y crípticas, no hay nada más emocionante que pasear por un jardín botánico para toparse con una caja de cristal.

Invernadero del Brooklyn Botanical Garden
Uno va todo descuidado y orgulloso pensando que está cumpliendo con su cuota de verde y se encuentra de golpe con una estructura muy particular, y a pesar de que uno conoce perfectamente lo que tiene enfrente, piensa que acaba de aterrizar en otro planeta.
He tenido experiencias memorables. Tal vez la más romántica fue en el Jardin Botánico de Brooklyn y la más tecnológica en la burbuja Masoala de Zurich. Tema aparte es el invernadero del Parque de La Ciudadela en Barcelona que me pone a flipar.
Invernadero de La Ciudadela en Barcelona
Nada de lo que había leído sobre el Botánico de Brooklyn me había preparado para una estructura tan sugerente. Más bien iba buscando el jardín japonés donde florecen los famosos cerezos en la primavera. Los cerezos ya habían florecido y muerto, arte efímero, pero me encontré dentro del invernadero, además de la maravillosa explosión de palmas que me gritan que soy del trópico, un jardín japonés muy especial donde fue imposible no sentarse a meditar.
Jardín japonés- Brooklyn
En el Jardín Botánico de Brooklyn uno comprende que la zona no es solo un barrio de locos creadores sino que hay una arraigada tradición, una solidez nada itinerante que existe desde antes de que el puente los uniera con Manhattan.
La Selva Tropical Masoala es un alarde de tecnología suiza. Me explico: tomaron un espacio de terreno de Madagascar con una pala mecánica gigante y lo depositaron al lado del zoológico de Zurich, lo colocaron dentro de una inmensa burbuja de plástico que está conectada a unos conductos por donde entra el clima apropiado, es decir, todos allí dentro reciben la temperatura adecuada para ser felices. ¡Qué más se puede pedir! Esta es la contribución de la ciudad de Zurich para llamar la atención sobre las especies de la selva tropical de Madagascar, cuyo destino es desaparecer en poco tiempo si no se hace algo.
Selva tropical Masoala en Zurich
Cuando entro al Parque de La Ciudadela en Barcelona, bajando desde Arco de Triunfo por el Paseo Lluís Companys, me encuentro a mano derecha con el Castillo de los Tres Dragones, y si no cruzo a la izquierda y continúo camino hacia el lago, me topo a la derecha con una joya emocionante, para mi es así porque cualquier estructura modernista me revoluciona los recuerdos de mi madre. Allí está el Invernadero de La Ciudadela, obra de Josep Amargós que se inspira en elementos helenísticos pero que cumple con el estilo de la ciudad en su época.
Invernadero de La Ciudadela


Si me asomo a los cristales del invernadero de La Ciudadela siento cierta envidia al observar las plantas, erguidas, indiferentes, impertérritas, ignorantes de todo lo que está pasando, de todo lo que nos está pasando. Ser una planta de invernadero significa alcanzar la tranquilidad suprema.

viernes, 7 de octubre de 2011

EL EXILIO INTERNO DE DULCE MARÍA LOYNAZ
(de la serie Las amigas de Zenobia)

"He de amoldarme a ti como el rio a su cauce, como el mar a su playa, como la espada a su vaina"

La autora de este poema fue la poeta cubana Dulce María Loynaz, y al leerlo uno se imagina a la mujer sumisa, siempre complaciente,  deseosa de agradar. Nada más lejos de la verdad.
Dulce María no tenía nada de sumisa, de hecho, nunca se sometió a la revolución, permaneció confinada en su casa del Vedado en La Habana por decisión propia y el sistema cubano sólo se acordó que ella existía cuando le dieron el premio Cervantes en 1992. Pasó más de treinta años ignorada por no encausar su obra hacia los intereses fidelistas.
Era hija de un general y le gustaba decir que las hijas de militares nunca tenían miedo, tal vez fue por eso que vivió su vejez sola, hasta los 94 años. Se casó dos veces, primero con un primo de quién se divorció y luego con el periodista Pablo Álvarez de Caña, quien abandonó la isla en 1961 para realizar un largo viaje.

Su casa en el Vedado está intacta, tal vez demasiado, se nota la diferencia abismal con el inmenso deterioro de las otras casonas del reparto. En las paredes del salón principal hay largas vitrinas donde se exhiben todos sus abanicos. Adoraba los abanicos, decía que eran bellos y no servían para nada, pero muchos curiosos que se asomaban a la verja de su casa para llevarse una imagen de la poeta en su exilio interno, la vieron abanicarse afanosamente durante los calurosos mediodías de La Habana. Ella no aceptaba que le dijeran poetisa.
En su exilio interno

En 1936, cuando Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia Camprubí llegaron exiliados a Cuba, hicieron contacto.

Dulce María con los poetas cubanos

A Juan Ramón le habían encargado unos libros de texto para niños en Puerto Rico pero fue evidente que sería más conveniente producirlos en La Habana, por eso llegaron allí y de inmediato se pusieron en contacto con los poetas cubanos. Juan Ramón ya sabía que en la isla había un grupo importante dedicado a la poesía y estaban deseosos de conocerlos, gesto poco usual en el poeta andaluz que se sintió muy bien en La Habana. Juan Ramón quedó tan encantado con todos ellos que pronto emprendió el proyecto de la antología.
Dulce María Loynaz les hizo a los Jiménez un préstamo invalorable: una radio que colocaron en su habitación del Hotel Victoria. Justamente por esa radio siguieron todas las incidencias de la guerra civil española hasta que a principios de 1939 dejaron la isla.
Juan Ramón y Zenobia visitaban por las tardes a Dulce María, se sentaban en el salón de los abanicos para conversar sobre literatura y tomar el té,  también de tarde en tarde se les unían los hermanos de Dulce María, también poetas. Juan Ramón la incluyó en su antología "La poesía cubana en 1936".

Dulce María Loynaz obtuvo muchos premios como poeta pero la mayoría se los dieron en el exterior.
 

viernes, 30 de septiembre de 2011

HAY QUE CAMINAR


TE MUEVES O MUERES 

Cuando el hombre decida moverse hacia los recursos cambiará la historia, ya que las sociedades sedentarias son las que amenazan el medio ambiente. Esto que suena drástico y acusador es una verdad como un templo.

Tuareg, tribu nómada de Africa Septentrional
Los nómadas recorren el terreno con mucho cuidado porque han aprendido que esas plantas y esos frutos los necesitaran, tarde o temprano.
En la escuela primaria nos enseñan que hay que rotar los cultivos para no despojar a la tierra de todos sus nutrientes. Bueno, es la misma cosa, aunque ya sea tarde para volver al estilo de vida que predominó durante millones de años en la Prehistoria.
Lo que si podemos hacer es cambiar nuestra manera de vivir hacia una simplicidad voluntaria al estilo de Thoreau, por amor a la naturaleza y sin agenda política.


Junto a la idea de hacer una vida más sencilla surge insistente el tema del movimiento. Para aprender hay que caminar, pero no me refiero a darle la vuelta a la manzana, hablo de recorrer mundo, de darnos el chance de conocer otros pueblos, otras costumbres, otros cantos.
En la Edad Media existieron los caminantes, algunos fueron esos peregrinos que bajaron desde toda Europa  hacia Compostela para venerar las reliquias de Santiago, pero estoy segura de que para muchos ese no fue un recorrido simplemente turístico sino un proyecto de formación.
Emprender camino era la forma de adquirir saber hasta que surgieron los centros de estudio. A eso me refiero cuando digo que para aprender hay que caminar.

Otros movimientos interesantes son las visitas a la India que para muchos son viajes iniciáticos, tienen que ver con búsquedas místicas y deseos de alcanzar nirvanas. Es la persecución de la iluminación y el sentirse unido con el universo. Esos caminantes están buscando también el saber.

Mucho antes, en la prehistoria, el hombre recorrió la tierra durante millones de años. El sedentarísmo es una forma de vida reciente, solamente el pensar que al hombre primitivo le costó ocho mil años salir de África nos lo explica. Tenemos menos tiempo sentados que caminando.
Supongo que cada quién debe adaptar sus deseos de moverse o estacionarse a sus posibilidades y a sus sentires, pero siempre surge una manera equilibrada si se persigue insistentemente.




«Necesitamos vivir simplemente
para que otros puedan
simplemente vivir».
 
Mahatma Gandhi

viernes, 16 de septiembre de 2011

CUANDO CALLAR SE CONVIERTE EN UNA VIRTUD
(de la serie "Las amigas de Zenobia")



Una vez me contó una amiga que en su casa le decían que no hablara si no tenía algo inteligente que decir. Ella me refería jocosamente que como casi nunca se le ocurría algo inteligente pasaba días muda.
Las mujeres siempre han tenido cosas que decir pero les ha costado trabajo organizarse para ser escuchadas. Supongo que la maternidad tiene algo que ver con esta dificultad... tal vez nos expresamos a través de esas obras que son los hijos, sin embargo, me inclino más a interpretar que ese concepto de que la mujer que calla es la más virtuosa debe haberse grabado con fuego en las circunvoluciones del cerebro femenino y es muy difícil de borrar.
A principios del siglo 20 una escritora española dijo: “ …las mujeres callan porque creen firmemente que la resignación es una virtud… callan por costumbre de sumisión… callan porque en fuerza de siglos de esclavitud han llegado a tener alma de esclavas

Ella fue María Lejárraga, creadora de buenas obras de teatro que siempre firmó su marido porque aún estaba mal visto que una mujer escribiera. Y a pesar de las limitaciones de su época, María fue también maestra y perito mercantil, siempre en silencio. Solamente reclamó sus derechos de autor cuando murió su marido y la hija que había tenido este con otra mujer decidió quedarse con todo.
La historia de Lejárraga es brillante en cuanto a lo profesional si uno olvida su empeño en mantenerse a la sombra durante la etapa con su marido Gregorio Martínez Sierra, más tarde escribió sola y cuenta con una considerable obra; es plena en cuanto a su actividad política y gremial porque vivió grandes momentos hasta 1936. Es triste en lo personal. El haberle cedido su obra teatral al marido necesariamente significó un disgusto que le caminaba por dentro a pesar de que siempre lo justificó diciendo que no le importaba que sus hijas llevaran sólo el nombre del padre.

Ahora viene la mayor sorpresa: María Lejárraga nació en 1874 en La Rioja y murió en 1974 en Buenos Aires. Este dato lanza por los suelos todas los factores ambientales y familiares que inclinan hacia la longevidad: la renuncia a la maternidad de sus obras, esclavizada y abandonada por el marido, exiliada porque apostó a La República y perdió, vivir sola, no tener hijos, tener que trabajar hasta bastante mayor... y...  a pesar de todas estas circunstancias negativas, María Lejárraga ¡llegó a los cien años!


Tal vez el secreto sea que María lograba conectarse a niveles muy superiores con las personas a las que la unía un interés intelectual, lo cual le permitía descartar de su pensamiento y ¿por qué no? de su vida, aquellas circunstancias que la podían envenenar. La fortaleza de su cuerpo físico nos está explicando que algo en su manera de pensar la salvó. Envidiable.

Uno de los grandes amigos de María fue Juan Ramón Jiménez, quien le dedicó un poema en "Rima":

Y María, tres veces amapola, María,
agua y lira tres veces, la que llevó al poeta
como un niño a través de estos parques de llanto
tendrá una rosa o un oro en vez de aquel violeta
del corazón florido que la quería tanto.





miércoles, 7 de septiembre de 2011

 EL CAMINO DE SANTIAGO, EL ROMANO

El ojo de los que nacemos en el trópico se acostumbra desde pequeño a un verde retumbante, caminamos por nuestras selvas tropicales sin asombrarnos por la luminosidad de la naturaleza que nos rodea. Damos por sentado que nuestro verde es el verde.
Bajos de Guaraúnos

Si uno tiene la suerte de recorrer los bajos de Guaraúnos en la Península de Paria, uno de los lugares más bellos que conozco, se encuentra con inmensos árboles de troncos gruesos cuyas copas se tocan casi llegando al cielo. Esas son tierras de los indios guaraos quienes celosamente cuidan esos troncos por donde se trepan toda una variedad de malangas y heliconias que harían rebotar el corazón de cualquier botánico.  
Sierra de Turimiquire
De hecho, los profesores Humboldt y Bonpland no ocultaron su emoción cuando recorrieron la serranía de Turimiquire, cercana a Guaraúnos pero trono de los indios cumanagotos, que también forma parte de los santuarios verdes que abundan en Venezuela.
Un poco más al norte, atravesando el Mar Caribe, en la isla de Puerto Rico, hay otro lugar verde que me encanta. El Yunque es una selva lluviosa y bonita, montaña mágica de los indios taínos y poderoso pulmón vegetal. Subir El Yunque es una experiencia maravillosa y bastante húmeda.

Bosque Tropical de El Yunque

Ese verde así, como lo describo y muestro, no se ve en Europa.
En Roma suelo ir al Parque Villa Borghese que está al norte de la ciudad. Los parques romanos no crecen salvajes como los nuestros ya que casi siempre fueron planificados como inmensos jardines de casas privadas que luego pasaron a ser parte de la comunidad. 
Árboles en el Parque Borghese

Gazebo en el Parque Villa Borghese

Los romanos disfrutan mucho el Parque Borghese porque es como un remanso de paz. Hasta su verde lo confirma, sedado, un verde sosegado y consolidado. En el Borghese uno camina entre los característicos árboles italianos y cada cierto trecho se encuentra con un bonito monumento neo-clásico.
¿Y que tiene que ver el camino de Santiago en todo esto?
Santiago es mi nieto italo-venezolano que ya camina por los senderos de paz del Parque Borghese y que en algún momento tendrá que enfrentar la selva del trópico, su trópico. Sus ojos se adaptaran a los dos verdes como ya comienza a balbucear en las dos lenguas.

(Fragmentos de LAS SILUETAS DEL FUEGO en El Yunque)

   Volteo hacia afuera, vamos bordeando la costa por una carretera un poco solitaria a esta hora de la mañana pero que seguro se llenará de bañistas hacia el mediodía. Marisa prefiere esa vía más larga en vez de la autopista para que yo vea el mar y la playa de Luquillo.
    -No es lo suficiente pero si lo veo importante para mi recuperación.
-¿Te es suficiente con ese respeto?- vuelvo a clavar la daga.

    Me gusta mucho Marisa como interlocutora. Pareciera como si mi amiga hubiera asumido sus problemas como una enfermedad.
  Viramos hacia adentro dejando el Atlántico a nuestras espaldas. Ahora si vamos en pos del bosque húmedo, me dice mi amiga, que sigue nuestra conversación pendiente de la ruta y pendiente de las nubes.
    -Aquí todo viene del cielo- me cuenta Marisa cuando voltea hacia arriba por cuarta vez- por eso nuestros antepasados taínos utilizaban estas montañas para sus viajes espirituales- continúa- debemos esperar mucha agua además de gran variedad de plantas.
Llegamos a El Portal que es la entrada del bosque y seguimos subiendo, Marisa me informa que podemos llegar en el auto hasta bastante alto y allá arriba caminaremos un poco. Vamos subiendo y unas gotas gruesas comienzan a caer en el parabrisas, volteo hacia Marisa que por un instante suelta ambas manos del volante en un gesto hacia arriba para mostrar lo que verdaderamente cae del cielo sobre la selva lluviosa. Seguimos subiendo por una carretera empapada por la lluvia, vamos con calma por miedo a un resbalón y rodeadas de un verde absoluto.
-Tengo raincoats en la maleta, no te preocupes, caminaremos seguro.
Asiento con la cabeza porque veo el bonito espectáculo que hay afuera. Subimos y subimos mientras la lluvia arrecia, comienzo a limpiar el vidrio con un kleenex que encuentro en la guantera porque voy preocupada por la visibilidad de Marisa y estoy deseosa de ver hacia afuera. Después de un tiempo que se hace eterno llegamos a un estacionamiento.
   -Me parqueo aquí y me esperas, voy a sacar los raincoats para llegar hasta un shelter que está cerca.
     Marisa se pone más bilingüe en su isla.
     Cuando abre mi puerta desde afuera me lanza uno de esos ponchos de plástico con capucha que me coloco y salgo. Corremos hacia una cabaña donde hay otros refugiados esperando que escampe mientras toman café. Marisa se detiene en la puerta para hacer un inventario rápido del lugar y me hala hacia la mesa más distante, una junto a un ventanal de cristal que es lo único que nos separa de la tupida selva.
    Mientras contemplo extasiada la lluvia que cae sobre la vegetación, Marisa busca dos cafés pues tiene la intención de leerme frente a este chapoteado paisaje la llegada de los Jiménez a Puerto Rico. Engancho el impermeable que chorrea agua en un colgador que hay en la pared y me acomodo con gusto en la silla, a la espera de esta nueva etapa. Volteo hacia mi amiga y la distingo en animada conversación con un hombre apuesto que le pone una mano en el hombro mientras atiende a la conversación.
     Regresa cuando el amigo se va hacia otra mesa donde lo espera una mujer, se sienta ya con sus cuartillas en las manos para comenzar a leer, pero comenta.
    -Me alegra ver que Joe está feliz. Cuando uno está en esas etapas que no sabe lo que quiere es muy fácil llevarse a alguien en los cachos.
    Me le quedo mirando con cara de no entiendo nada para que me aclare.
   -Andábamos juntos, Joe y yo, cuando me separé de Luis, estábamos como muy enamorados pero yo no lo resistí y volví a mi casa. Siempre me quedé con ese remordimiento de haberle hecho daño, pero ya ves, se casó ahí mismito.
   -Los hombres se consuelan en un instante- doy mi opinión- inclusive a veces tienen paralelamente quien los consuele por si acaso.
    -No quisiera que te amargaras. Sería una tristeza- me amonesta mi amiga y sé que lo hace por mi bien.
    Alargo mi mano hacia la de ella para asegurarle que estoy tratando, que lucho todavía con la rabia. Ella voltea a ver a su amigo de nuevo quien está lanzando sonoras carcajadas mientras la esposa le acaricia una mejilla.
    Marisa quita la mirada de ellos y se acerca a mi a través de la mesa para decirme quedo:
   -Hubiera deseado que todavía estuviera penando por mi... y ahí está: casado y feliz.
Volteo a verlo de nuevo y contesto en el mismo tono:
   -Yo también desearía que algún hombre llorara por mi. Anda lee.


   Mi amiga comienza a recoger sus papeles y entre ellos encuentra algo que la detiene. Observa la hoja que tiene en la mano y me dice que desea leerme algo. La escucho.
   -Número Uno: “¿Cómo puedes tu ser estrella de la tarde y del amanecer?”
    Me quedo quieta porque conozco lo que está leyendo y sé que viene más. Marisa continúa con “Sólo tú”.  
   -Número Dos: “¿Cómo tú, mujer mía, puedes ser al mismo tiempo estrella de la tarde y estrella del amanecer?”
    Me pregunto hasta donde quiere llegar Marisa.
Se detiene, revisa el texto que está en sus manos y continúa:
   -Número Tres: “Sólo tu, mujer mía, puedes ser tranquila estrella de mi tarde, estrella inquieta de mi amanecer”.
   -Los poemas que le escribió cuando estaba operándose en Boston- digo ensimismada- forman parte de “De ríos que se van”.
    -Si, esos mismos que compuso cuando empezó a llorar por ella.

("Sólo tu",de Juan Ramón Jiménez para Zenobia Camprubí)

miércoles, 24 de agosto de 2011

CONTIGO A LA DISTANCIA
(de la serie "Las amigas de Zenobia")

Mientras camino por algún barrio de Barcelona, sea Sant o Gracia, observo a los catalanes: amables, educados, centrados, y recuerdo la descripción del bombardeo de Barcelona en 1938 que hace Constancia de la Mora en su libro "Doble Esplendor".
Ella cuenta que al anochecer se escuchaba el ruido de los motores de los aviones alemanes y ya sabían que tenían que resguardarse de las bombas que caería durante varias horas sobre sus techos, pero al día siguiente todos los catalanes, con increíble disciplina, se iban a sus trabajos como si lo pasado durante la noche fuera lo corriente y había que seguir porque la vida no podía detenerse.
Barcelona bombardeada en la Guerra Civil

Esa determinación, que Constancia narra con admiración, aún se respira en el aire de esta ciudad, sobre todo si uno se aleja de los espacios más turísticos y se adentra en los barrios tradicionales.
Constancia había regresado recientemente a Barcelona cuando comenzaron los bombardeos, venía de Moscú donde había pasado dos meses con su esposo Ignacio Hidalgo de Cisneros, Jefe de la Aviación de la República, que estaba convaleciente de graves problemas cardíacos. Allí habían pasado días inolvidables con Luli, la hija de Constancia que habían sacado de España para protegerla de la guerra.
La historia de esta pareja merece muchas más líneas de las que ya se han escrito.
Lo decepcionante es que después de todos los infortunios que pasaron y las peleas que dieron juntos terminaron sus vidas separados, a kilómetros de distancia.
Zenobia Camprubí y Constancia de la Mora

Fueron una pareja audaz que desafió el establishment de su época:  Constancia se separa de su marido Bolín y decide trabajar contra los deseos de su familia, es Zenobia Camprubí quien le da un empleo en Arte Español. Ignacio, despreciando todas las actividades propias de su clase se hace aviador; Constancia es una de las primeras personas que se divorcia en cuanto las Cortes aprueban la Ley de Divorcio y luego se casa con Hidalgo de Cisneros en una ceremonia civil; Constancia de la alta burguesía e Ignacio un aristócrata, se unen a la República y luego se inscriben en el Partido Comunista.
Ignacio y Constancia

Ignacio y Constancia desempeñan papeles importantes durante la Guerra Civil.
La última vez que estuvieron juntos en España fue en Figueres, en la frontera con Francia. Se encontraron allí en medio de la evacuación. Constancia cuenta que cuando veía los ríos de gente que salían de España, tenía la visión apocalíptica de los aviones bombardeando y dejando millones de muertos tendidos entre los dos países.
Se encuentran de nuevo en Perpiñán, ya en Francia.
Por cierto que Constancia cuenta en "Doble Esplendor" su versión del oro de España: "Porque los depósitos del Banco de España en Francia fueron congelados por los franceses, a pesar de las reiteradas y justificadas demandas del Gobierno de la República, reconocido como legítimo por los mismos franceses"(pag 529, editorial Gadir)
¡Uno ya no sabe que pensar!
Luego Francia le hace una propuesta curiosa al Estado español, y es la de utilizar ese depósito oro del Banco de España para indemnizar a una compañía petrolera francesa con quien España arrastraba una vieja deuda.
Constancia en Méjico

Constancia de la Mora vivió su exilio en Méjico donde se reunió con su hija que ya tenía diez años en Moscú. Murió en Guatemala en un accidente de tránsito en 1950, ya retirada de su trabajo en la embajada soviética y llevando una vida bucólica en un pueblo mejicano.
Ignacio Hidalgo de Cisneros murió en Bucarest en 1966 después de escribir sus memorias: Cambio de Rumbo, donde apenas nombra a Constancia. En ellas dice:“Nunca ha sido mi intención hacer un relato de los horrores de la guerra, pues estoy convencido de que no ganamos nada los españoles ahondando en la herida”


Ambos libros de memorias han sido objeto de especulaciones sobre si ellos fueron los verdaderos autores, tal vez no, pero ellos si fueron los autores de sus vidas, plenas pero difíciles porque se propusieron vivirlas como pensaban.

miércoles, 17 de agosto de 2011

CUANDO EL MUNDO SE VUELVE ESTRIDENTE REGRESO AL ZEN

Cada vez me siento más cómoda conmigo misma y me apropio de los espacios temporales con más facilidad. Yo se lo atribuyo a mis lecturas Zen.
Si paso unas horas aceleradas, tratando de hacer varias cosas a la vez, intentando llegar muy rápido a lo que me he propuesto y empujando los conceptos para que calcen de una vez necesito detenerme, respirar y sonreír (aunque las enseñanzas dicen: sonreír, respirar y detenerse) para entrar en un estado de tranquilidad y paz que nada ni nadie puede perturbar.

La primera vez que supe de la palabra Zen fue cuando tuve en mis manos un popular libro de los años setenta que se llama "Zen and the art of motorcycle maintenance", escrito por Pirsig en el tiempo libre que le dejaba su trabajo de redactor de manuales de computación.  Este Zen no tiene nada que ver con el Zen que me ayuda a centrarme pero es una gran lección para abrir la mente, para comprender que la ciencia y la tecnología pueden vivir en franca armonía con la creatividad y la intuición, y que integrar esos conceptos es lo que garantiza una buena calidad de vida.
Una de las cosas más importantes que he aprendido leyendo el Zen de verdad, aunque siempre me decanto por las versiones más light, es que ir por el mundo ligero de equipaje es mucho más fácil. Para mi fue de gran utilidad escuchar a un maestro explicar la teoría de los tres montoncitos. Por ejemplo: uno va a viajar y tiene que hacer la maleta. Coloca sobre la cama todo lo que piensa y supone que debe llevar, lo observa y le parece mucho, sabe por experiencia que es mucho, entonces comienza a separar: a la izquierda va lo que de ninguna manera se puede quedar fuera de la maleta, a la derecha va lo que en realidad es un capricho y más bien va a estorbar, lo que siempre lleva y nunca utiliza, y en el medio coloca lo que podría ir o se podría quedar o lo que decidirá a última hora. La maleta termina siendo una verdadera maleta y el peso será el ideal.

Esta aparente tontería que les estoy contando es un arma poderosa para vivir mejor porque es aplicable a infinidad de circunstancias y lugares, aquellos momentos cuando sentimos que no respiramos bien solamente porque hay un montón de cosas o particularidades que sobran. Y digo circunstancias porque también se puede hacer con situaciones donde algo no funciona bien. Uno rápidamente aprende en que momento debe hacer montoncitos y comienza a hacer los correctos.

También hay una lista de hábitos inspirados en el ZEN que leí en el blog de Leo Babauta que me parece muy útil. Estas son sus recomendaciones:

menos TV más lectura
menos compras más paseos
menos encierro más espacio
menos apuro más pausa
menos consumo más inventiva
menos comida basura más comida sana
menos exceso de trabajo más impacto
menos conducir más caminar
menos ruido más silencio
menos futuro más presente
menos trabajo más juego
menos angustia más sonrisas

No se les olvide que siempre debe haber un montoncito en el medio que nos permite dudar y romper las reglas, esta lista es excelente pero no hay necesidad de ser perfectos.