sábado, 2 de marzo de 2013


Desde Caracas

CATALINA DE MIRANDA Y VIRGINIA WOOLF


Caracas es un clima. 
Camino hacia la casa pienso en esa frase que le escuché un día a mi amiga Yoyiana Ahumada, mientras siento en mi rostro la brisa amable que baja de la montaña. 
Entro al apartamento de mi hermana y confirmo por la ventana de la izquierda que además Caracas es el Ávila, montaña que nos protegió de los piratas del Caribe en los tiempos de los conquistadores, y que en estos momentos inusuales nos acompaña con fidelidad impasible.
Sigo hacia adentro. 
Si levanto la mirada observo desde la ventana de mi habitación -la que me asigna mi hermana Abjini que cada vez es más sacerdotisa egipcia, debido a la dilatada travesía de su alma por los universos paralelos -una cascada que baja entre el verde de la montaña y que aumenta o disminuye su caudal según el clima. 
Caracas es un buen clima.
Si miro hacia adentro me encuentro con torres de libros recostados de las paredes azules de mi habitación. Mi hermana los está clasificando: ya son demasiados, dice, y necesito aligerar el equipaje. 
De lejos reconozco con regocijo uno delgado, bastante viejito, uno al que siempre vuelvo. Lo alcanzo de un zarpazo y me lo apropio.

Lo coloco al lado del otro. 
Ese otro que ocupa mi cama desde hace unos días. 
Los pongo juntos sobre el edredón verde pálido para compararlos en tamaño y ancho, y para ver si es posible una conversación entre mujeres separadas por un siglo y un océano. Ambos son de fondo oscuro y en sus portadas reflejan una figura de mujer. Además, los dos son escritos por mujeres: me piden que hable sobre mujeres y ficción, lo cual puede significar que hable sobre las mujeres y la ficción que escriben o que hable sobre la ficción que se escribe sobre las mujeres. No lo digo yo, lo dice Virginia Woolf en su ensayo Una habitación propia. 
Catalina de Miranda es justamente eso, ficción escrita por una mujer sobre otra mujer. 
Xiomary Urbáez, la autora, es audaz como su heroína: una mujer buena que hace cosas menos buenas, así la define su propia creadora. Una sevillana que fue de las pocas mujeres que vino sola a América durante el siglo XVI. Esta parte de la historia es verdad verdadera, Urbáez la pescó en la red y la convirtió en novela. 
Xiomary es audaz porque se atrevió a competir con su primera novela en el premio iberoamericano de narrativa de Planeta-Casamérica y llegó de finalista, lo cual es el equivalente hoy en día a lo que fue hace unos siglos atravesar el Atlántico en galeones amenazados por temporales y corsarios. 
Estas dos mujeres cayeron de pié en América.
La señorita de principios del siglo XX de la portada del libro de la Woolf está sentada leyendo. Su tez es pálida, nunca ha sido tocada por ardientes rayos de sol, y sus ojos ven hacia abajo, está comprendiendo, aprendiendo. La mujer de la portada del libro de la Urbáez es puro fuego, su silueta es como una llamarada y su mirada es de gozo. Se está comiendo el mundo. 
Esa es Catalina de Miranda. 
Catalina en un mundo masculino se saltó las reglas más allá de lo socialmente permitido. Las sensuales escenas dibujan la personalidad de una mujer compleja, irreverente y apasionada, no lo digo yo, lo dice Xiomary Urbáez explicando su personaje.
También Xiomary invadió un mundo masculino cuando escribió una novela de aventuras, pero ya dijo la Woolf: aunque mujer poco culta me gusta leer pero la historia cuenta mucho sobre las guerras, las biografías cuentan solo sobre los grandes hombres, la poesía tiende hacia la esterilidad, les digo a las mujeres que escriban libros de viajes y aventuras.
Después de narrar una vida plena de amores, corsarios y conquistadores, recorriendo varias ciudades como Maracaibo, Coro y el Tocuyo, una suerte de historia novelada ya que se entremezcla con la propia historia de Venezuela, después de pasearnos por el mar Caribe, por la brillante vegetación del trópico y después de contar sobre los más exóticos animales, Urbáez dice que Catalina se instaló en el buen clima de Caracas con el hombre que más amó. Aunque no tengo claro si ella lo quiso más que a los otros, por lo menos más que al corsario Roberval, su primer gran amor y quién la introdujo por los caminos prohibidos de la sensualidad. 
Sus últimos años los vivió tranquila, próspera y rodeada por sus hijos. Murió viendo hacia el Ávila.



Le pregunto a Xiomary para cumplir con la Woolf: ¿tienes una habitación propia para escribir?
-No que va, apenas un taburete de Tintorero.
-Mejor una hamaca.