domingo, 30 de octubre de 2011

María Teresa León y "Las siluetas del fuego"
(de la serie Las amigas de Zenobia)


Zenobia Camprubí, Rafael Alberti, Buenos Aires,1948
Buscando leer todo lo escrito sobre Zenobia Camprubí, conseguí un ejemplar de "Memoria de la melancolía", autobiografía de María Teresa León donde hace referencia a algunos episodios con y sobre Zenobia. Estas dos mujeres, compañeras de poetas, se habían encontrado en La Habana y Buenos Aires durante el exilio y también en Madrid antes de la Guerra Civil. 

En esos días de investigación yo iba mucho a la Gran Pulpería del Libro Venezolano en Caracas, paraíso donde se puede encontrar, si uno va dispuesto a una intensa y creativa búsqueda, todo lo publicado en los últimos... ¿diría 150 años?
Gran Pulpería del Libro Venezolano
Allí me esperaban "Memoria de la melancolía", escondidas para mi quién sabe desde cuando. 


Me leí la autobiografía que había escrito María Teresa León durante varios años con mucha atención, con mucho cuidado; me gustaba enormemente que no se trataba de un relato lineal sino que saltaba de acontecimientos, personajes y pensamientos sin respetar las fechas, de manera fragmentada. Supongo que cuando fue publicada en 1970 podría parecer difícil de leer pero hoy en día sería un ejemplo de contenido especialmente escrito para la red. 
La relación de María Teresa León y sus memorias con mi libro sobre Zenobia Camprubí es una frase que leí y que inspiró el título:"Las siluetas del fuego". 
Cuando María Teresa se entera de que Zenobia ha muerto en Santurce, Puerto Rico, 1956, se conduele y recuerda en sus memorias las veces que se encontraron antes y después de la guerra, y termina diciendo:"Fué la de Zenobia una decisión dura pero hermosísima: vivir al lado del fuego y ser su sombra". 
A mi esto de "su sombra" me dejó intranquila y pensando, no era la palabra que yo buscaba, ni la que se ajustaba a mi imagen de Zenobia, pero me gustó mucho lo del fuego, reconociendo que ya yo misma estaba chamuscada por las llamas de Juan Ramón. Unos días después di con la palabra "siluetas" que se acercaba mucho más a la sutileza con que me parecía que Zenobia manejaba su vida con el poeta.


Miguel Otero Silva fotografiado por Vasco Szinetar
Maria Teresa y Rafael Alberti viajaron mucho después de caer la República, recorrieron medio mundo, y unas cuantas veces fueron a Caracas invitados por el escritor y periodísta Miguel Otero Silva, "Miguel de América" como lo llamaba Alberti. En "Memoria de la melancolía", narra María Teresa la entrada en barco al puerto de La Guaira donde eran esperados por Miguel Otero. Dice que al instante lo distinguieron en el puerto porque era inconfundible su figura en traje de lino blanco y su sombrero de Panamá, como cualquier caballero del Caribe. Luego describe tres días maravillosos en una Caracas amable y cosmopolita: buena comida, buena bebida y poesía. 
Lamentablemente, Juan Ramón y Zenobia no alcanzaron a viajar a Caracas, aunque lo pensaron durante el viaje a Buenos Aires. Juan Ramón deseaba atender a una invitación del historiador Mariano Picón Salas y agradecer a la revista "El Cojo Ilustrado" que publicó uno de sus primeros poemas.
Rafael Alberti y Juan Ramón Jiménez
Existe un episodio entre Juan Ramón Jiménez y Rafael Alberti que es determinante para la salida de los Jiménez justo antes de que estalle la Guerra Civil. Alberti encuentra a Juan Ramón todo azorado en el barrio de Salamanca en Madrid y al preguntarle qué le pasa, éste le contesta que unos anarquistas lo habían confundido y se lo querían llevar no sabía para donde. A raiz de este incidente, Manuel Azaña le propone a Juan Ramón y Zenobia que se vayan hasta Washington a buscar ayuda para La República. 

lunes, 24 de octubre de 2011

LOS RAYOS CAUTIVOS O LA TRANQUILIDAD SUPREMA
Parece que los rayos que entran en un invernadero no salen, se dedican a dar vida a las plantas cautivas en esa gran jaula de cristal. Por ese lado me gustan los invernaderos, porque acogen a los mensajeros de la supervivencia que penetran a costa de quedar presos para siempre. Trato de no pensar en la angustia de esos rayos de luz que se encuentran atrapados, trato de convencerme de que en sus danzas con las ramas de los arboles quedan enganchados en un romance que dura eternamente.
Pero aparte de estas sensaciones apasionadas y crípticas, no hay nada más emocionante que pasear por un jardín botánico para toparse con una caja de cristal.

Invernadero del Brooklyn Botanical Garden
Uno va todo descuidado y orgulloso pensando que está cumpliendo con su cuota de verde y se encuentra de golpe con una estructura muy particular, y a pesar de que uno conoce perfectamente lo que tiene enfrente, piensa que acaba de aterrizar en otro planeta.
He tenido experiencias memorables. Tal vez la más romántica fue en el Jardin Botánico de Brooklyn y la más tecnológica en la burbuja Masoala de Zurich. Tema aparte es el invernadero del Parque de La Ciudadela en Barcelona que me pone a flipar.
Invernadero de La Ciudadela en Barcelona
Nada de lo que había leído sobre el Botánico de Brooklyn me había preparado para una estructura tan sugerente. Más bien iba buscando el jardín japonés donde florecen los famosos cerezos en la primavera. Los cerezos ya habían florecido y muerto, arte efímero, pero me encontré dentro del invernadero, además de la maravillosa explosión de palmas que me gritan que soy del trópico, un jardín japonés muy especial donde fue imposible no sentarse a meditar.
Jardín japonés- Brooklyn
En el Jardín Botánico de Brooklyn uno comprende que la zona no es solo un barrio de locos creadores sino que hay una arraigada tradición, una solidez nada itinerante que existe desde antes de que el puente los uniera con Manhattan.
La Selva Tropical Masoala es un alarde de tecnología suiza. Me explico: tomaron un espacio de terreno de Madagascar con una pala mecánica gigante y lo depositaron al lado del zoológico de Zurich, lo colocaron dentro de una inmensa burbuja de plástico que está conectada a unos conductos por donde entra el clima apropiado, es decir, todos allí dentro reciben la temperatura adecuada para ser felices. ¡Qué más se puede pedir! Esta es la contribución de la ciudad de Zurich para llamar la atención sobre las especies de la selva tropical de Madagascar, cuyo destino es desaparecer en poco tiempo si no se hace algo.
Selva tropical Masoala en Zurich
Cuando entro al Parque de La Ciudadela en Barcelona, bajando desde Arco de Triunfo por el Paseo Lluís Companys, me encuentro a mano derecha con el Castillo de los Tres Dragones, y si no cruzo a la izquierda y continúo camino hacia el lago, me topo a la derecha con una joya emocionante, para mi es así porque cualquier estructura modernista me revoluciona los recuerdos de mi madre. Allí está el Invernadero de La Ciudadela, obra de Josep Amargós que se inspira en elementos helenísticos pero que cumple con el estilo de la ciudad en su época.
Invernadero de La Ciudadela


Si me asomo a los cristales del invernadero de La Ciudadela siento cierta envidia al observar las plantas, erguidas, indiferentes, impertérritas, ignorantes de todo lo que está pasando, de todo lo que nos está pasando. Ser una planta de invernadero significa alcanzar la tranquilidad suprema.

viernes, 7 de octubre de 2011

EL EXILIO INTERNO DE DULCE MARÍA LOYNAZ
(de la serie Las amigas de Zenobia)

"He de amoldarme a ti como el rio a su cauce, como el mar a su playa, como la espada a su vaina"

La autora de este poema fue la poeta cubana Dulce María Loynaz, y al leerlo uno se imagina a la mujer sumisa, siempre complaciente,  deseosa de agradar. Nada más lejos de la verdad.
Dulce María no tenía nada de sumisa, de hecho, nunca se sometió a la revolución, permaneció confinada en su casa del Vedado en La Habana por decisión propia y el sistema cubano sólo se acordó que ella existía cuando le dieron el premio Cervantes en 1992. Pasó más de treinta años ignorada por no encausar su obra hacia los intereses fidelistas.
Era hija de un general y le gustaba decir que las hijas de militares nunca tenían miedo, tal vez fue por eso que vivió su vejez sola, hasta los 94 años. Se casó dos veces, primero con un primo de quién se divorció y luego con el periodista Pablo Álvarez de Caña, quien abandonó la isla en 1961 para realizar un largo viaje.

Su casa en el Vedado está intacta, tal vez demasiado, se nota la diferencia abismal con el inmenso deterioro de las otras casonas del reparto. En las paredes del salón principal hay largas vitrinas donde se exhiben todos sus abanicos. Adoraba los abanicos, decía que eran bellos y no servían para nada, pero muchos curiosos que se asomaban a la verja de su casa para llevarse una imagen de la poeta en su exilio interno, la vieron abanicarse afanosamente durante los calurosos mediodías de La Habana. Ella no aceptaba que le dijeran poetisa.
En su exilio interno

En 1936, cuando Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia Camprubí llegaron exiliados a Cuba, hicieron contacto.

Dulce María con los poetas cubanos

A Juan Ramón le habían encargado unos libros de texto para niños en Puerto Rico pero fue evidente que sería más conveniente producirlos en La Habana, por eso llegaron allí y de inmediato se pusieron en contacto con los poetas cubanos. Juan Ramón ya sabía que en la isla había un grupo importante dedicado a la poesía y estaban deseosos de conocerlos, gesto poco usual en el poeta andaluz que se sintió muy bien en La Habana. Juan Ramón quedó tan encantado con todos ellos que pronto emprendió el proyecto de la antología.
Dulce María Loynaz les hizo a los Jiménez un préstamo invalorable: una radio que colocaron en su habitación del Hotel Victoria. Justamente por esa radio siguieron todas las incidencias de la guerra civil española hasta que a principios de 1939 dejaron la isla.
Juan Ramón y Zenobia visitaban por las tardes a Dulce María, se sentaban en el salón de los abanicos para conversar sobre literatura y tomar el té,  también de tarde en tarde se les unían los hermanos de Dulce María, también poetas. Juan Ramón la incluyó en su antología "La poesía cubana en 1936".

Dulce María Loynaz obtuvo muchos premios como poeta pero la mayoría se los dieron en el exterior.