-¿Betico?
-Betico es un morenazo cubano músico. Se me acercó en la cola del Coppelia para decirme que estaba equivocada, que los extranjeros no hacíamos cola y me señaló otra casilla que estaba libre para que comprara mi helado. Me molestó, francamente me molestó mucho colearme a los cubanos que tenían horas esperando para comerse su helado. Cuando salí me esperaba Betico, quien había notado mi disgusto, y me propuso que me llegara esa noche a escucharlo tocar en El Nacional, los cubanos son así de espontáneos y no les gusta que uno amarre la cara. Me explicó que tocaba en la noche con Pablo Milanés, pero me propuso que nos encontráramos al atardecer en la terraza frente al mar.
-¿Te invitó a un mojito o a un daiquirí?
Continúo sin hacerle caso a la pregunta de Marisa porque tendría que explicar cosas sobre los hoteles en La Habana que ella debería saber.
-Cuando llegué al Hotel Nacional me sentí en el Caribe de Ava Gardner, aunque comprendí que ya no era un escenario digno de su glamour. El lobby es un pasadizo sevillano lleno de turistas arrasados por el sol de Varadero y a cada paso un stand donde venden fotografías del Che. Sales hacia la terraza y te encuentras bajo altas arcadas que protegen corredores desde donde contemplas ese “trozo de Paraíso”, como definió Zenobia el paisaje de palmeras con el mar de fondo. Estoy segura de que Zenobia se sentó allí mismo a conversar con Elena Mederos sobre el Lyceum Club de La Habana, no me queda duda, imposible que no sea así.
Me levanto porque quiero escenificar lo que viene.
- Luego caminé hacia el mar, hacia el malecón y escuché cada vez más claramente:
"Los marcianos llegaron ya y llegaron bailando cha-cha cha..."
Marisa me observa con los ojos muy abiertos y no puede resistir el embrujo de mis pies que saltan al ritmo de mi canto, mientras mis brazos hacen círculos desde los codos, como si ya no existiera coyuntura. Mi amiga boricua se levanta también, se coloca al lado mío, y realiza unos pasos de cha-cha-cha con una perfección increíble.
"Ricachá, ricachá, ricachá..."
Estamos paralizadas una frente a otra, hasta que Marisa grita:
-¡Queridos cubanos del Caribe, no joda!
Yo vuelvo a mi silla para estabilizar mi jadeo y, cuando Marisa termina sus piruetas, me pregunta:
-¿Cómo bailas tan bien el cha-cha-cha?
-Me enseñó mi mamá hace años- contesto y continúo mi relato.- Esos queridos cubanos cantaban con un ritmo único ante el contento de un público sentado en mesas redondas, bebiendo mojito y disfrutando de un usual y espectacular atardecer en el Mar Caribe. Betico, cuando me detectó, cambió de canción y se lanzó un “Sabor a Mi” verdaderamente histórico, por lo menos para mi.
-¿Betico cantante?
-¡Claro! ¿Si no cómo piensas que me pudo citar un cubano al hotel Nacional? En realidad es un gran músico, ha estudiado mucho y se redondea durante las tardes en el hotel.
Estoy contando esta tarde memorable en el hotel Nacional y no paro de imaginarme a Zenobia bajando del hotel Vedado hacia el mar, luminosa, como la describe Fina García Marruz, con su trajecito comprado recientemente en la tienda Ten Cent que le fascina, trajecito fresco que mueve la brisa constante, única concesión que hace el clima por las tardes y cuando ya ha bajado el inclemente sol, un sol que pega más fuerte que en cualquier parte del trópico; “el trópico me está quitando las energías” escribió Z en su diario pleno de actividades que desestima. Supongo que Juan Ramón se ha quedado en el hotel trabajando meticulosamente en los libros encargados por Puerto Rico: “Poesía puertorriqueña. Antología para niños”, dos tomos. Juan Ramón en La Habana hace contacto con la gente sencilla, me lo explicó la misma poetisa García Marruz, Juan Ramón vivió esta ciudad de manera muy diferente que Zenobia, me aclaró Fina intercalando versos de JR que recuerda completicos con envidiable memoria.
EAL
Juan Ramón Jiménez, Berta Singerman y Manolito en La Habana |