domingo, 10 de julio de 2011

CÓRCEGA PARA ROBERTO
Hace poco, a finales de Junio, en Caracas, la Fundación Herrera Luque convocó para un conversatorio a los descendientes de corsos en Venezuela, que son muchos. Como yo no pude asistir, Roberto Lovera De Sola me pidió que le enviara un texto, que él con gusto leería. Este es:

SEPARADOS POR EL ATLÁNTICO
Marina la Scala, Pino, Cap Corse
Mientras contemplo las olas que baten furiosas contra el muro de piedra de la Marina de Pino, en el Cabo Corso, imagino la figura de mi bisabuelo caminando hacia la barca que lo sacó de estas tierras, las que le tocaron por nacimiento. Me pregunto si le gustaría el tono azul del Mediterráneo tanto como me gusta a mi. Su color profundo me sugiere mil historias, por eso, siempre que lo veo siento el deseo de quedarme frente a este mar hasta que acabe de contarlas.
El azul del Mediterráneo es completamente distinto al color de nuestro mar Caribe, tiene que ver con el sol que los alumbra, pero prefiero atribuir la diferencia a las barcas y a las personas. 
Waraos, Caño de Ajíes, Delta del Orinoco
No hay forma de imaginar una estilizada curiara navegando por estas aguas, le faltaría la suave corriente que la impulsa por el caño y la bella luz del trópico; tampoco me imagino a un indio warao, que se ha deslizado silencioso por el Delta desde hace 17.000 años y dentro de una naturaleza rica en plantas y animales, conformándose con un mar frío y mucho menos exuberante; sin embargo, los barcos europeos, los que primero surcaron por estas latitudes, se arriesgaron, cruzaron el Atlántico y llegaron al Caribe para hacerlo suyo.
Sólo encuentro similitud entre estos dos mares al recordar la violencia del choque de las olas contra el bote cuando uno se acerca a la Boca de Drago, ese paso obligado entre la isla de Trinidad y la Península de Paria. Aún, si uno decide llegar solamente hasta la ensenada de Macuro, será sometido por las olas inmensas que crean las caudalosas corrientes del Delta al penetrar en el Caribe. En ese punto también hay un mar de color profundo.
Embarcación de ferry. Puerto de Livorno, Italia
En la marina Scala de Pino, mi bisabuelo se montaba en una barca precaria que lo llevaba hasta Bastía, y desde allí, en una embarcación de paso lento y movida por el viento, seguía su viaje hasta llegar a Marsella; era un viaje que representaba cierto riesgo por las tempestades, si uno se olvida de la temeridad de lo que venía después: el cruce del Atlántico. La travesía por el Mediterráneo es la misma que realizan los ferries de hoy en día y que les toma pocas horas; durante el verano atraviesan cargados de turistas que buscan sol y playa. Van y vienen entre la isla de Córcega y el Continente. Pueden salir de Marsella, de Toulon, de Niza y también desde Livorno, el inmenso puerto de la ciudad de Pizza; los que vienen de esa zona remedan el viaje que hicieron los que poblaron Córcega definitivamente, la gran similitud entre el italiano que se habla en la Toscana y el dialecto corsu lo confirman.
Mi bisabuelo llegó a mediados del siglo XIX al puerto de Carúpano, probablemente después de que su goleta tocó en la isla de Saint Thomas, otro reducto que le gustaba mucho a los corsos de Pino; en esa isla hizo su fortuna la familia Piccioni que luego emparentó con Gustavo Eiffel, el arquitecto de la Torre. Todavía los descendientes de ambas familias conservan el palazzo de los Piccioni en Pino Suprano.
Menos mal que a mi bisabuelo no se le ocurrió hacer una parada en Macuro porque se hubiera encontrado con las mismas inmensas olas que lo despidieron a la salida de su pueblo corso. Tuvo la suerte de llegar a un puerto que ya estaba en vías de ser el más organizado y pujante de Venezuela, sus paisanos, los que habían llegado de Córcega un poco antes, ya habían comenzado.
Archipiélago de Los Roques, Venezuela, Mar Caribe
Mi pasión por el Caribe es de vieja data, digamos que de siempre, su imagen la tengo grabada en mi memoria y soy capaz de verla cuando quiero, no se olvida, y tampoco disminuye mi anhelo por sentir el roce de sus aguas por mi cuerpo.
Torre genovesa, Pino, Cap Corse
Desde hace pocos años he incorporado el Mare Nostrum de Curzio Malaparte a la lista de mis querencias, no me queda más remedio; en los últimos tiempos lo he atravesado con frecuencia, he aceptado su aire melancólico y lo he ido comprendiendo mientras indago sobre la interesante vida de mi bisabuelo. Cuando voy al norte del Cabo Corso me paso horas observando sus mareas desde una torre genovesa que cuidó durante cuatrocientos siglos a mi familia que vivió en Pino. Lo que busco es grabar su imagen en mi memoria, definitivamente.

10 comentarios:

Pablo Liendo dijo...

Viva la diversidad. Tú diferencias los mares por el color. En mi caso el sentido diferenciador primario es el olor, luego la vista y luego el tacto. Recuerdo mi primera incursión por las costas del Reino Unido y de Dinamarca y mi desconcierto al no sentir el olor esperado, ni esa sensación pegajosa en la piel que asociamos con el salitre. Esas costas son inodoras. Bella tu descripción y más aún la motivación que la inspira.

Elisa Arraiz Lucca dijo...

De verdad Pablo que el olor es un dato único! Sólo pensé en el color... que viva la diferencia! Cuando pienso en olor en Córcega recuerdo el maqui, que es la combinación de varias plantas que cubren las montañas. Es un olor muy particular, único. Cuando pienso en olor en Venezuela me voy para Carúpano, dígame ese olor de pescado y morcilla, las mejores del mundo, del mercado de Carúpano, frente al mar. Ay que ganas! Gracias y abrazos.

Unknown dijo...

La patria es el lugar donde suceden nuestros recuerdos, no un lugar físico. Esto me encanta pues los recuerdos nos alimentan el espíritu. Yo no diría que estamos separados por el Atlántico sino unidas a través de él. Pon tu dedo en el agua y yo el mío en este lado y estaremos unidas por el agua del Atlántico.
Un beso

Elisa Arraiz Lucca dijo...

Bonito y romántico. Parece el tema del vaso medio vacío y medio lleno. Yo veo la separación y tu ves la unión. No te prometo meter ni el dedo en el agua, este mar es helado hasta en verano. Cómo añoro mi caldito oriental!
Besos.

Anónimo dijo...

MUCHACHITA.... QUE BIEN ESTÁS ESCRIBIENDO...
REALMENTE ME HACE FELIZ SABERTE TAN BIEN... Y NI QUE DECIR CUANDO TENGO EL CHANCE DE DECIR QUE TE CONOZCO.. ( REVERENCIA...) ( APLAUSOS ) CLAP..CLAP..CLAP... Y ( BESOS) CHUIC...CHUIC...CHUIC..
POR FAVOR...TE CUIDAS... CHILE

Elisa Arraiz Lucca dijo...

BESOS CHILE... te cuidas tú también!

Luisa dijo...

a caballo de dos mundos y honras a los dos. Bravo! estoy con Pablo en lo del olfato y le agrego la asociación del frío y calor de ambas aguas, las piedras de las costas del Mediterráneo y las suaves arenas del Caribe. Todo es posible y presente en nuestra imaginería. En estos momentos un tanto tristes de nuestra cotidianidad venezolana, tus artículos permiten cerrar los ojos y viajar por otras latitudes, un respirito bien necesitado. besos

Elisa Arraiz Lucca dijo...

Si, a mi me interesó lo del olfato, pero cada vez que lo pienso recuerdo el Coppertone, que poco poético! Yo me alegro que sientas esto como un respirito, es una combinación rara: no puedes desentenderte de lo que pasa pero tienes que recuperar fuerza. Recuerdo un cuento muy divertido de alguien que estaba en el cine, viendo "El imperio de los sentidos" y, ante tanto sexo explícito se oyó una voz en el silencio total de la sala que gritó: Por favor, un paisajito! Abrazos poepana!

Unknown dijo...

Elisa necesito tu lugar y
fecha de nacimiento.
lfebres@unimet.edu.ve

2403523
04164279981

Laura M. Febres

Elisa Arraiz Lucca dijo...

Hola Laura,
Nací en Caracas el 20 de abril de 1947
Saludos