martes, 14 de junio de 2011
ZENOBIA CAMPRUBÍ (texto de la solapa de Las Siluetas del Fuego)
Cuando las mujeres apenas se asomaban al espacio público y buscaban ciertas libertades en el ámbito privado, ya Zenobia se movía con habilidad asombrosa en ambos mundos, eso fue lo que encandiló al poeta, su naturalidad para entender la vida más allá de lo simple y su aceptación de lo práctico.
Esas dos características lo cautivaron, probablemente porque Juan Ramón Jiménez sabía que carecía de ellas para enfrentar lo que imaginaba que le correspondía antes de su tan anunciada muerte.
Su ascendencia catalana, hugonote, corsa, puertorriqueña y newyorkina convierten a Zenobia en una cosmopolita excepcional; esa mezcla de sangre la coloca varias décadas por delante a su época: la prepara para una vida económicamente productiva, le inculca la responsabilidad hacia los demás, le enseña a apreciar lo bello y lo culto, le transmite la necesidad de conocer otras latitudes y de vivir experiencias distintas. Ella ya manejaba el concepto de logros mientras la mayoría de sus contemporáneas luchaban por aminorar las pérdidas.
Pero fue gracias a Juan Ramón que Zenobia se conectó con las mujeres que estaban en lo mismo que ella, las que comenzaban a extender sus alas y ya buscaban afanosas algunos signos de ganancia. Justo cuando ya pensaba volver a los Estados Unidos, conoce a algunas de las integrantes del Liceo Femenino de Madrid y se involucra de lleno en sus actividades. Y también fue Juan Ramón quien la estimuló a seguir traduciendo a Rabindranath Tagore.
Más tarde, ya casada, y viviendo en Madrid, desarrolla la vena comercial con bastante éxito e independiente totalmente del marido, lo cual le da un verdadero respiro. Zenobia lograba ser ella misma sin aspavientos.
Ninguna de todas estas habilidades y emprendimientos, que ya de por si garantizaban una vida provechosa en Madrid, facilitaron los días de Zenobia en el exilio, nada la había preparado para la supervivencia errante y llena de tropiezos que comenzó con la salida de España en agosto de 1936 y culminó en Puerto Rico en 1956. Fueron veinte años durante los cuales tuvo que reinventarse varias veces, años de lucha que podrían parecer perdidos si ella, como siempre, no hubiera guardado dentro de su manga una última carta para el final, su mejor jugada: el Premio Nobel para Juan Ramón.
EAL.
*Zenobia pintada por Joaquin Sorolla en 1918.
Sala Zenobia y Juan Ramón Jiménez en la Universidad de Puerto Rico.
Publicado por
Elisa Arraiz Lucca
en
21:19
Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir en XCompartir con FacebookCompartir en Pinterest
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario