martes, 28 de junio de 2011

LA LLAMA DE LOS OTROS
Universidad de Puerto Rico
En el año 2006 tuve la oportunidad de ir a la Universidad de Río Piedras de Puerto Rico a presentar "Te pienso en el puerto". La visita era doblemente emocionante para mi: por un lado el hecho de introducir mi primera novela en la isla vecina al norte del mar Caribe y, por otro lado, al fin iba a conocer mis parientes lejanos que vivían allá; digo lejanos porque nuestros lazos se unían en la isla de Córcega en el mar Mediterráneo y se remontaban atrás en los siglos.
Así fue como conocí a Nydia Lucca, profesora del post grado en psicología de la Universidad de Río Piedras y gran conocedora de nuestras raíces Lucca en el pueblo de Pino del Cabo Corso.
A ella misma le pregunté algo que me tenía curiosa desde hace unos meses y que había estado buscando insistentemente por internet: "¿tu sabes si Zenobia Camprubí, la esposa de Juan Ramón Jiménez, era pariente nuestra a través de su abuela Lucca?". Nydia me miró con una gran sonrisa y me contestó: "era tía de mi padre y por consiguiente pariente de ustedes los Lucca de Venezuela".
De ahí en adelante mi viaje entró en una nueva etapa: necesitaba saber mucho más sobre este parentesco y sobre Zenobia, me sentía cautivada por su personalidad y por su época, estaba ansiosa por leer sus diarios porque rondaba por mi cabeza el tema del exilio. Afortunadamente, Nydia compartía mi obsesión por la historia de Zenobia y estaba mucho más adelantada que yo, había coleccionado cantidad de recortes de periódicos sobre la estancia de los Jiménez en la isla y guardaba cantidad de entrevistas, material importante que me fue fotocopiando. Y un buen día me dio la gran sorpresa: "tenemos cita en la "Sala Zenobia y Juan Ramón Jiménez" de la Universidad para leer las cartas privadas de Zenobia, este es un privilegio que ella dejó sólo a los miembros de la familia Lucca provenientes de Pino".
Allí comenzó este relato, cuya originalidad debo a la generosidad de mi prima Nydia.
De regreso a Venezuela, toda turbada porque sólo deseaba pensar y vivir el tema de Zenobia para comenzar a escribir, tal como le había comentado a Nydia, tuve que caer de golpe en mi realidad: mis hijos habían abandonado el nido hacia tierras lejanas, mucho más allá del Caribe; habían atravesado el Atlántico en busca de buenas oportunidades de trabajo y mejor calidad de vida. Yo me había quedado sola en Caracas, en un exilio interno, mientras desbarataba una vida que desde hace unos meses me parecía sin sentido.
Afortunadamente contaba con mi hermana a quien le pedí asilo en cuanto vendí mi piso, solamente le solicité una habitación propia por un tiempo. Ya se sabe que eso es lo único que necesita una mujer que siente la necesidad de escribir.
Abjini y Danzas por La Paz
Viví casi dos años en la casa de Abjini, investigaba, leía y escribía durante toda la mañana, paraba media hora para almorzar la sanísima comida que cocinaba mi hermana, amorosamente; sólo lavé platos durante esa etapa; continuaba escribiendo en la tarde, y en cuanto bajaba el sol fuerte del trópico me iba a caminar un rato, para pensar, para aclarar ideas; cuando volvía al piso me encontraba con la actividad que tocaba ese día, pasaban muchas cosas interesantes en la casa de Abjini, siendo mi favorita la de los jueves: sus amigas y amigos llegaban a eso de las seis de la tarde, apartaban todos los muebles de la sala, se colocaban en circulo y durante horas cantaban y danzaban por La Paz. Yo me sentaba inmóvil en la cama de mi habitación pero dejaba una rendija en la puerta desde donde disfrutaba del espectáculo. Nunca olvidaré sus preciosas canciones tomadas de los pueblos ancestrales de América, sus cantos a la tierra, al maíz y a los dioses.
Cuando terminé de escribir le dije a Abjini que estaba lista para irme, que tenía que buscar un destino para estos dos años de trabajo, y ella me contestó que sólo debía visualizarlo, que únicamente con imaginarme diariamente lo mejor para el relato de Zenobia lograría colocarlo donde convenía, que luego todo vendría solo.
Hubo sólo un momento de pánico durante esta temporada de trabajo y fue cuando comprendí que no deseaba escribir el exilio de Zenobia en La Habana sin conocer esa ciudad, necesitaba ir a Cuba pero no me decidía, algo inexplicable me retenía. Hasta que un día se lo comenté a mi buen amigo Simón Saturno, con quién chateaba constantemente mientras trabajaba. Al instante me escribió: "Siempre he deseado conocer La Habana, yo te acompaño".
Organizamos el viaje en tiempo record, aterrizamos en el Aeropuerto José Martí con un programa muy específico para una semana, no había tiempo para otra cosa que no fuera Zenobia en La Habana, y el tema más importante: lograr una entrevista con Cintio Vitier y su esposa Fina García Marruz, únicos poetas que aún vivían y habían sido amigos de Zenobia y Juan Ramón.
La Habana: Simón Saturno y Lennon

Nos quedaba un día en La Habana y aún no habíamos podido hablar con ellos a pesar de todas las diligencias e intentos de algunos amigos dispuestos a ayudarnos, hasta que Simón, negado a irse sin nuestro objetivo principal, llamó a la casa Martí, sede de trabajo de los Vitier, y consiguió directamente una cita para ya, para ese instante. Corrimos por las calles del reparto Vedado hasta que llegamos jadeantes a la conversación con estos dos seres muy especiales. Sin ellos "Las Siluetas del Fuego" no hubiera estado completa.

La impronta y generosidad de estas tres personas: Nydia, Abjini y Simón, cercanos y queridos, muy humanos, me ayudó infinitamente a realizar mi trabajo.


EAL
"Las Siluetas delFuego"

4 comentarios:

SuperSimonXtremePlusNotLimited dijo...

Agradable tu relato y halagador para mí. Recuerdo que John Lennon estaba un poco frío ese día... ¿o era que estaba sin sus lentes, muy valorados por algunos cubanos, que deciden llevárselos para protegerlos? Recuerdo que el día que conseguimos la cita con Cintio y Fina me habías dicho que querías que ese día lo dedicáramos a hacer lo que yo quisiera, porque ya habíamos dedicado los demás a tu investigación (en realidad también habíamos hecho algunos paseos de turistas y conocer las bibliotecas cerradas de La Habana también fue interesante). Creo que la cita no se habría dado si no la hubieras tenido tan fija en tu mente.

Elisa Arraiz Lucca dijo...

Bueno, aparece un comentario al fin! Cómo hiciste? Algunas personas me escriben que comentan y no aparecen, sólo Luisa Elena y tu lo han logrado. Abrazos.

luisa himiob dijo...

segundo intento! no entiendo por qué no sale publicado el comentario! Leo tus escritos con gran admiración no sólo por la escritora, sino por la persona que con tanto coraje y tenacidad logra sus metas y sueños. muchos cariños y suerte para Las Siluetas del Fuego en su próxima aparición.

Elisa Arraiz Lucca dijo...

Gracias Luisa, yo no sé que pasa, a veces me llegan los mensajes y otras no. La admiración es mutua. Éxito para tus proyectos!